31 de enero de 2007

Sólo fotos

Haciendo click en la imagen verán un album con algunas de las fotos del viajecito que hicimos por Hostalric y luego por Girona.

29 de enero de 2007

¡A por él!

Pasamos en Hostalric sólo unas cuantas horas suficientes para conocer y reconocer la Vila. Es una pequeña villa amurallada, con un par de sinuosas callecitas, estrechas y desniveladas, típicamente europeas, con tanto encanto. Su mayor atracción es el castillo que domina al poblado. Muy lindo, con una vista a montañas boscosas, con siglos de historia llena de condes, batallas, reyes y muertes. Una paz intensa, inmensa, densa. Hubiera sido perfecto si no hubiese sido víctima de una persecusión, sí, y de que me hayan heho correr con el pie mal. Acá en España son unos desproporcionados.
Pero como no daba para quedarse a dormir en Hostalric preguntamos en la parrilla argentina donde almorzamos a dónde nos llevaba ese tren: Girona. Y hacia allí fuimos. Mientras la recorríamos con Titi pensaba que lo que estábamos viendo ahí era intransmisible, irrepetible, que jamás lo iba a poder contar. Por eso ni siquiera lo voy a intentar. Pero nos mirábamos con Titi y no podíamos creer estar en un lugar así. Le agradecimos a Dios la posibilidad de estar ahí, viendo una ciudad del siglo XI, construida por los romanos, metiéndonos por pasillos helados donde el parlamento de aquella época se juntaba a debatir temas de gobierno; recorriendo por arriba una muralla espectacular que brindaba vistas fabulosas. Las calles adoquinadas que suben y bajan y de pronto se convierten en escaleras, edificios ancestrales, iglesias -y esa catedral- de una belleza imaginada, jardines imperialeas rodeados de hermitas, casillas, fuentes y custodiados por esa imponente muralla, todo nos hacía sentir, de alguna manera, privilegiados. Es el primer viaje y resultó espectacular. Quizás, más adelante sigamos conociendo ciudades y paisajes alusinantes, pero la sorpresa, anonadamiento, el estupor de descubrir esta belleza tan antigua y sempiterna, nueva a los ojos, es lo que va a diferenciar este viaje de los demás. Tengo la sensación de que no voy a conocer algo mejor que Girona, de que algo más bello que eso no voy a conocer. Tal vez sí algo distinto. Pero luego digo: falta Roma, París, Florencia, Venecia, Praga, y se me escapa la carcajada y me froto las manos.
Ahora, felices, sin poder dejar de darnos besos, estamos en el tren volviendo a Barcelona. Sólo una hora y media. Titi lee al lado mío mientras yo escribo en la laptop. Justo en este momento el tren pasa por la estación de Hostalric y veo allá, arriba de la loma de 400 ms de ceniza volcánica el castillo, con sus caminos internos, pabellones, torres entre su arboleda y no puedo creer que me hayan corrido. Resulta que estaba en restauración (como todo en esta época) y no iba a permitir que un alambradito pedorro me impidiese ver la atracción principal del lugar. Haciendo caso omiso a las advertencias y súplicas de Titi, di una vuelta y me metí en el castillo que aparentaba estar vacío. Estaba copado y con adrenalina, sacando fotos como un japonés, saltando paredes como un gato, eludiendo las ventanas como un ladrón cuando de pronto me pegaron un grito. Le hice estupidamente una seña con la mano y me di vuelta hacia el camino de salida. Pero el tipo, más estupido que yo, me empezó a gritar más fuerte y de repente, justo cuando me di vuelta para hacerle un fuck you, veo que se lanza a correr con el ceño fruncido. Agarré una piedra del piso y salí corriendo, como si el que me perseguía fuera un perro. Pero de pronto me di cuenta de que el tipo era viejo y medio rellenito. Entonces me di vuelta, riendome de la comicidad del momento, pero el viejo seguía corriendo. ¡Viejo estúpido!, pensé, y como iba a ser peor si frenaba, seguí corriendo, medio trotando, hasta que el viejo me re puteó y me dí cuenta que era su himno de rendición.
Ahora veo el castillo, un poco azulado por el atardecer, y me río de la absurda aventura. Titi me pregunta de qué me río pero no se lo cuento, que lo lea en el blog cuando ya hayan pasado un par de días. Si no va a creer que tenía razón en haberme pedido que no subiera al castillo.

26 de enero de 2007

¡Vale, tío!


Estoy en mi segunda casa, en la cual paso casi la misma cantidad de tiempo que enla otra: la Biblioteca de Catalunya. Vengo todos los días después de almorzar -o con unos sandwichitos para comer en el patio, apoyado en la fuente, a la sombra de los naranjos- con la laptop a surfear por internet, escribir, leer los diarios o La Montaña Mágica. Se me pasan las horas por algún lugar que no veo. Miro para los costados y las paredes de libros me endulzan. Levanto los ojos y un techo altísimo, soberbio, construido en el siglo XVIII me intimida. No me sale describirlo, por eso me saqué esta foto clandestinamente con la máquina.
En principio, para festejar los dos años de novios, mañana partimos para algún pueblito español, por el fin de semana, para despejarnos de tanto estress. Si consigo convencer a Titi nos vamos a Hostalric. Aparenta ser muy interesante: una villa fundada en el sixlo XI alrededor de un castillo, cercada la aldea por 6 km de muralla. Muy pintoresco parece, con paseos subterraneos, todo auténtico de la época... Además tiene muchas minas que se pueden visitar. A 20 KM de la playa y entre montañas.

Primer Mundo

Sigo con la idea de que el Primer Mundo no es como yo me lo imaginaba. Es cierto que aún no lo investigué ni viví demasiado, pero suponía que un País Desarrollado iba a ser distinto. Aquí se ven las mismas cosas que en Buenos Aires: hay indigentes, hay pobres, hay delincuentes, hay corrupción, hay calles rotas, las cañerías son pésimas, la televisión sorprendentemente lamentable. Es tan cosmopolita que le cuesta afianzar una identidad clara, estable, fuerte. El metro, si bien no es mejor que el subte de Bs. As., llega con una puntualidad inglesa al igual que los buses que, definitivamente, son mejores que los de la Capital Federal (iba a decir porteños, pero los de acá también lo son). Por otro lado la ciudad es notablemente limpia, nadie tira papeles en la calle y menos en el mediterráneo (ayer ví una lancha del Ayuntamiento recorriendo el puerto con un pibe con el famoso sacabichos, limpiando las tranquilas aguas del mar entre los barcos, tan impresoinantes como los de Punta del Este: en media hora sacó dos objetos blancos).
No podemos dejar de tener en cuenta que aunque no sé qué población tiene Barcelona es, como mínimo, 30 veces más chica que Buenos Aires. Eso, más conociendo el incesante turismo europeo (turistas ricos, no mochileros), es entendible que sea una ciudad rica y bien administrada.
Sin embargo, la cultura que hay acá es inimaginable. Creo que nunca voy a terminar de conocer todo, de aprender y aprehender lo que a cada cuadra te ofrece. Cultura en todas sus manifestaciones. Arte en todas sus expresiones. Un encanto cinematográfico. Uno pasa del año 1113, en la parroquia de Sant Pau -o de Santa María del Pino, del año 1300-, a los modernísimos edificios del puerto. La mirada va del Corte Inglés, a la estrambótica y excepcional casa Batló, de Gaudí, a la Catedral, o a una calle de 2 metros de ancho en donde los balcones enfrentados tienden a unirse. Es impresinante.
Cuando tenga plata les cuento de los museos.

Y ESTO COMIENZA

Viernes 19 de enero de 2007. 9.00 horas. Llegué a Barcelona. Gran y mágico reencuentro con Titi. A puro amor y alegría. Nuestra futura ex casa está muy buena, lástima el barrio, que inspira desconfianza. Nuestro hogar desborda de ilusiones y sueños, de conversaciones y carcajadas.
La ciudad es excelente. Su diversidad, arquitectónica y humana, la hace interesantísima. Edificios del siglo XI hasta construcciones futuristas. Se escuchan cerca de 30 didiomas distintos. Ya aprendí a diferenciar cuál es paquistaní, cuál indio, cuál marroquí y cuál moro (son los de mi barrio). Los demás, por el idioma se adivina su nacionalidad.
No puedo creer estar acá, en Europa, con mi reina, disfrutando tanto y tan ilusionados con el proyecto que estamos empezando.
Esta primera semana estoy siendo un híbrido de turista, lector y ama de casa. Una vida muy extraña...
Ojalá que nunca se me acostumbren los ojos a esta ciudad, que es como un gran decorado de ópera y yo me siento como el extranjero, frente a Turandot, intentando descifrar sus enigmas.
Ayer nos compramos el ordenador portátil, por lo que empecé a escribir de nuevo. Son tantas las emociones, sensaciones, ideas, que al fin y al cabo no puedo expresar nada.