27 de noviembre de 2008

Huellas frescas del colonialismo

Hoy tuve que mandar un carta a Melilla, una ciudad de España. Cuando me apersoné en el correo tuve que esperar cerca de media hora para que me atendieran lo que me llevó a pensar que, no obstante la onmipotencia y omnipresencia de internet, las transacciones epistolares jamás morirán. El esmirriado hombre que me atendió me indicó que llenara una ficha con los datos del destinatario y del remitente. Al revisar el talonario que acababa de llenar, me lo entregó de nuevo y me señaló que, además de la ciudad, pusiera el país y el contienente. Pensé que me estaba tomando el pelo. Sin embargo, lo tomé y escribí: España. Europa. El impaciente hombre me miró despectivamente y, acodándose en el mostrador, me espetó: "Hombre, ¡que Melilla queda en África!" ¿África? "Que sí, chaval, que está entre Algeria y Marruecos"
Asi que volví a tomar una nueva ficha y escribí: Melilla. España. África., sin comprender bien lo que estaba escribiendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Che no me contaste nada de que ganaste un premio. Cariños pa los dos y un beso en tu dactilográfica, que nos lleve a la ruina absoluta nada de un medio fracaso.

saludos a Barcelona,

El sueco

Mano y Titi dijo...

Gracias, Manolo!
Vamos bien: mi dactilográfica va bien encaminada hacia la autoaniquilación, la miseria extrema. En cuanto logre infectarme de tuberculosis, o tisis, habré dado un gran paso en mi carrera artística.
Abrazo fuerte.