2 de julio de 2008

Bandeja de oro

Ayer subimos a lo de Nina y Ale porque Angi Zambrano hacía una comidita de despedida. Ya habíamos terminado de comer y estábamos todos con calor desperdigados por el pequeño living, tomando unas cervecitas frescas. Titi estaba sentada en el suelo apoyada en mis piernas.
Y de pronto sucedió lo increíble, fue como si me quitasen la capacidad cognitiva y ya no pudiera comprender nada del mundo o como si fuera más que nunca yo mismo y no me reconociera: Titi, con cara de monarca caprichosa, eleva su mano derecha y mirándome de soslayo, me ordena: "me pica la palma de la mano". Me pica la palma de la mano. Yo la miraba fijamente, estaba suspendida en el aire, a escasos centímetros de mi, esperando que las roídas uñas de este esclavo calmaran su escozor. Me pica la palma de la mano... Estaba atónito, me sentía desorientado, estupefacto; la mano seguía en el aire como sosteniendo una amenaza u ofreciéndome un poco de humillación.
Y aún hoy, que me desperté reflexionando sobre este delicado asunto, no logro comprender si el rascarle la mano fue la confirmación de una relación enfermiza de jefe-empleado, amo-esclavo, que dos personas casadas pueden tener, o constataba que la trato como a una reina, en bandeja de oro, y que si hace falta, ¡claro que le rasco la palma de la mano!

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